Este año parecía claro que CiU tendría el mayor soporte de los ciudadanos catalanes con derecho y que ejercieran el voto. Así ha sido, y quizá demasiado. Recordemos que los peores años de Catalunya se vivieron con Pujol (CiU) en la presidencia. Casi un cuarto de siglo de dictadora parlamentaria, de dominación en las sombras en las que no había enfrentamientos, solo aceptaciones, cada cuatro años no había opción a nada más porque algo sucedía ahí. En lo que se llamaba oasis catalán.
Se le decía oasis porque no había enfrentamiento. Lógico dado que todos se acababan mojando los pies en el lago bajos las palmeras, o lo que es lo mismo. Pasando por can Millet (también conocido como Palau de la Música) todos conseguían vender su silencio, a un precio u a otro. Todo cambió con una cifra, pequeña, la que permite entrar o no al Parlament de Catalunya, el 3%, cuando Pasqual Maragall se lo soltó a la cara de todo CiU como si nadie lo supiera y entonces se abrió la caja de Pandora. A partir de ese momento, los 23 años de dictadura pujoliana se mostro llena de sus vergüenzas y todo lo que saldrá excepto que Mas llegue a tiempo de poner cemeneto en las grietas de su Casa Gran del Catalanisme.
De las dos minorías que han surgido de esta disfuncionalidad de los grandes nombre de los partidos dominantes, hace ya 4 años apareció Ciutadans, un grupo decidido en meter a España en Catalunya y este año Solidaritat Catalana per la Independència ha conseguido entrar todavía con más fuerza. De esta manera podemos decir que aquella gente que considera que los partidos grandes ya no tienen nada que hacer, prefiere salir de España que ésta entre en Catalunya.