#706 - Cines de barrio
 

 

¡Hay que reivindicarlos ya! ¡Hay que exigirlos! ¡Hay que hacerlos obligatorios! como el DNI o el carnet de conducir. Basta de callar y de aceptar lo inaceptable. Basta de ignorar la historia y de falsificarla, basta de volver la mirada y huir de la realidad que no es más que la verdad.

Los cines de barrio deben volver, deben ser impuestos por los gobiernos y las administraciones, deben ser obligatorios en grandes ciudades, en ciudades medianas y en pueblos. Los cines de barrio, los de programa doble y entre usted cuando quiera, los de los reestrenos eternos son imprescindibles para salvar la cultura de un pueblo, para salvar la imaginación de las masas, para permitir soñar al individuo.

¿Quién se cargó los cines de barrio?, la Administración, los exhibidores o el pobre público que como buen rebaño de ñus va allá donde le dice Vicente (el de la gente). Los cines de barrio, los cines de pueblo (variante rural de los cines de barrio urbanitas) son tan necesarios como las bibliotecas públicas, los centros de asistencia sanitaria, las escuelas, los institutos, las universidades, los teatros, las salas de conciertos, los museos, las librerías, las galerías de arte y ese largo etcétera de espacios públicos e imprescindibles que necesita el ser humano para desarrollar su salud física y mental. El cine, magia de las magias, enciclopedia de las enciclopedias, wikipedia de las wikipedias, es la escuela por excelencia del famoso y no por repetido magnífico axioma de “enseñar jugando”. El cine es el espejo de Blancanieves, el diván de Freud, el país de las maravillas de Alicia, el país de Nunca Jamás de Peter Pan, la cueva de Alí Babá y los 40 ladrones, el “Nautilus” de Julio Verne, el viaje a la Luna de Méliès, la escalera del Potemkim, la carga de la Brigada Ligera, la última neurosis de Woody Allen. El cine es todo eso y mucho más, lo que cada espectador, de forma individual e intransferible, crea en su interior cuando está viendo una película, cuando está recordando una película.

Los cines de barrio, los de programa doble y entre usted cuando quiera, deben volver a ser lo que fueron cuando nuestros abuelos y nuestros padres no tenían televisión, cuando ir al cine era algo tan serio y sagrado como asistir a una liturgia religiosa, cuando los vecinos se saludaban y salían comentando lo visto, cuando los vistosos carteles lucían en sus fachadas y se hacían planes para ir el sábado a la nueva doble sesión programada.

Debemos exigir a las administraciones públicas de los ayuntamientos, de las autonomías y del estado leyes que recuperen los cines de barrio, lo mismo que se recuperan monumentos emblemáticos, tiendas con más de un siglo de antigüedad o paisajes y rutas olvidadas.

Los cines de barrio eran y son el último reducto de la inteligencia humana, el lugar de encuentro para aprender y soñar a la vez, para pensar y olvidarte en un paquete turístico que ni la mejor agencia de viajes puede ofrecer. Son el paraíso, el edén de la especie humana, donde el amor y el odio confraternizan, donde la Historia se muestra en todas sus caras, donde se puede bailar y cantar sin moverse de la butaca, o perseguir sueños inalcanzables y donde siempre, siempre, encuentras razones para salir creyendo que mañana será otro día.

Coda: “Sólo al soñar tenemos libertad, siempre fue así, y siempre así será”, de la película “El club de los poetas muertos” (1987), de Peter Weir.

Por Miguel-Fernando Ruiz de Villalobos

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